Muertos de hambre por un buen consejo
( Publicado en Revista Creces, Marzo 2003 )

Uno de los grandes desafíos que hoy enfrenta la humanidad es la necesidad de incrementar la producción de alimentos para una población mundial que aún está creciendo a un ritmo demasiado rápido. Ya somos más de seis mil millones de habitantes, y se calcula que para los próximos veinte años se debiera llegar a los 9 mil millones. Si se quisiera alimentar adecuadamente a esa futura población, debiera llegarse a una disponibilidad de alimentos equivalente al doble de la producción actual. Es obvio que con los métodos convencionales de producción esa meta no se podrá alcanzar. Sin embargo el avance científico en el área de la biotecnología ofrece alternativas reales.

La aplicación de la biotecnología en la agricultura ha permitido la creación de los cultivos transgénicos, cuyos beneficios han sido rápidamente reconocidos por los agricultores, lo cual se refleja claramente por una rápida velocidad de adopción. En el año 1996 se plantaron 3 millones de hectáreas con cultivos transgénicos en el mundo. Tal fue el resultado, que dos años más tarde se plantaron 30 millones, y en la actualidad, sobre 45 millones de hectáreas. Las actuales mejorías introducidas a algunos cultivos, han sido: tolerancia a herbicidas, resistencia a insectos y resistencia a enfermedades producidas por virus. Todo ello permite grandes incrementos en los cultivos.

Desde un comienzo se ha sostenido que la biotecnología aplicada a la agricultura, debiera ser una ayuda de gran importancia para incrementar la producción de alimentos, especialmente en el mundo pobre. Desgraciadamente hasta ahora ello no ha ocurrido y los más beneficiados han sido los agricultores de países desarrollados, especialmente Estados Unidos, donde la mayor parte de los granos que actualmente producen corresponden a semillas transgénicas.

Las razones son muchas, pero una de ellas ha sido la “demonización” de los alimentos transgénicos por parte de los ecologistas fundamentalistas. En 1998 Arpad Pusztai del Roweet Research Institute de Aberdeen, anunció por la televisión inglesa que había realizado un experimento alimentando ratas con papas transgénicas, observando que en ellas se había retrasado su crecimiento, se habían afectado sus órganos y se había dañado su sistema inmunológico. Dos días más tarde, sus supervisores examinaron en detalle la experiencia que Pusztai decía haber realizado, encontrándola fraudulenta, por lo que lo suspendieron en forma inmediata y definitivamente de su cargo.

Pero el daño ya estaba hecho, y de allí en adelante diversos grupos ecologistas han desarrollado una persistente campaña contra los alimentos transgénicos, que ha sido muy útil a los intereses económicos de la comunidad Europea. Desde entonces el mundo se ha dividido en dos bandos: a. - Países Europeos que han prohibido la importación y la utilización de semillas transgénicas, y b. - Estados Unidos que los ha usado extensamente, tanto en la alimentación humana como animal, sin haber detectado ningún efecto no deseado.

A pesar del descrédito en que están empeñados los intransigentes ecologistas, muchos otros países han comenzado su cultivo. Uno de ellos es la India, que ya el año recién pasado autorizó su uso y cultivo. Lo mismo ocurre en China. Otros países han sido más reticentes, pero lo probable es que también sigan el mismo camino en un futuro muy próximo.

Mientras tanto, en Zambia se ha producido una gran hambruna, y para paliarla Estados Unidos envió miles de toneladas de maíz transgénico, el mismo que se ha consumido en diversas partes del mundo sin que produzca ningún efecto adverso para la salud. Pero según ha informado la Organización Mundial de la Salud, el gobierno de Zambia los ha rechazado, a pesar de que 3 millones de personas están ya presentando desnutrición grave, y miles están muriendo de hambre (Science, vol 298, Noviembre 8 del 2002, pág. 1153). La razón que se ha dado, es que la British Medical Association de Londres tiene una opinión adversa a los alimentos transgénicos.

Para muchos está claro que la disputa surgida entre Estados Unidos y la Comunidad Económica Europea, con relación a los alimentos transgénicos, no es porque en ellos haya riesgos para la salud, sino por competencias de comercio internacional (Creces, Junio 2000, pág. 12), donde los ecologistas han servido como instrumentos útiles. Lo grave es que en esta ocasión quienes pagan el pato son los hambrientos de Zambia. Una vez más, intereses ocultos, terminan por perjudicar a los más pobres e ignorantes. Mientras tanto los ecologistas podrán anotarse un triunfo.

Todo parece indicar que en un futuro muy próximo la discusión perderá actualidad y los países de la Comunidad Económica levantarán la prohibición de comercialización y producción de alimentos transgénicos, ya que todo indica que no hay riesgo para la salud. Entonces los hambrientos de Africa podrán satisfacer su hambre. Por ahora habrá que lamentar los muertos de Zambia, que pudiendo tener acceso a las bodegas llenas de maíz, no lo pudieron consumir por ser “transgénico”.



El director


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